VOLVEMOS DE LA FERIA Y EL DR FERNANDEZ TODAVÍA NO NOMBRO A NADIE EN EL CARGO DE JEFE DE DESPACHO, SIN CUBRIR DESDE HACE MAS DE UN AÑO, EN LA SALA II.
LA LUCHA CONTINUA
El 9 de enero de 1950, mientras inauguraba el nuevo local del Sindicato de Conductores de Taxis, Evita se desmayó. Poco después, los médicos le diagnosticaban cáncer de útero. A partir de ese momento, empezó un largo padecimiento. El 26 de julio de 1952, a las 20.25, Evita dejaba este mundo. Durante la última etapa de su agonía, Evita escribió Mi mensaje, el libro del que transcribimos el capítulo “Mi voluntad suprema”. |
Mi voluntad suprema |
Eva Perón, Mi mensaje, Ediciones del Mundo, Buenos Aires, 1987. |
Quiero vivir eternamente con Perón y con mi Pueblo. Esta es mi voluntad absoluta y permanente y será también por lo tanto cuando llegue mi hora, la última voluntad de mi corazón. Donde esté Perón y donde estén mis descamisados allí estará siempre mi corazón para quererlos con todas las tuerzas de mi vida y con todo el fanatismo de mi alma. Si Dios lo llevase del mundo a Perón antes que a mí yo me iría con él, porque no sería capaz de sobrevivir sin él, pero mi corazón se quedaría con mis descamisados, con mis mujeres, con mis obreros, con mis ancianos, con mis niños para ayudarlos a vivir con el cariño de mi amor: para ayudarlos a luchar con el fuego de mi fanatismo; y para ayudarlos a sufrir con un poco de mis propios dolores. Porque he sufrido mucho; pero mi dolor valía la felicidad de mi pueblo... y yo no quise negarme -yo no quiero negarme- yo acepto sufrir hasta el último día de mi vida si eso sirve para restañar alguna herida o enjugar alguna lágrima. Pero si Dios me llevase del mundo antes que a Perón yo quiero quedarme con él y con mi pueblo, y mi corazón y mi cariño y mi alma y mi fanatismo seguirán en ellos, seguirán viviendo en ellos haciendo todo el bien que falta, dándoles todo el amor que no les pude dar en los años de mi vida, y encendiendo en sus almas todos los días el fuego de mi fanatismo que me quema y me consume como una sed amarga e infinita. Yo estaré con ellos para que sigan adelante por el camino abierto de la justicia y de la libertad hasta que llegue el día maravilloso de los pueblos. Yo estaré con ellos peleando en contra de todo lo que no sea pueblo puro, en contra de todo lo que no sea la "ignominiosa" raza de los pueblos. Yo estaré con ellos, con Perón y con mi Pueblo, para pelear contra la oligarquía vendepatria y farsante, contra la raza maldita de los explotadores y de los mercaderes de los pueblos. Dios es testigo de mi sinceridad; y él sabe que me consume el amor de mi raza que es el pueblo. Todo lo que se opone al pueblo me indigna hasta los límites extremos de mi rebeldía y de mis odios. Pero Dios sabe también que nunca he odiado a nadie por sí mismo, ni he combatido a nadie con maldad sino por defender a mi pueblo; a mis obreros, a mis mujeres, a mis pobres "grasitas" a quienes nadie defendió jamás con más sinceridad que Perón y con más ardor que "Evita". Pero es más grande el amor de Perón por el pueblo que mi amor; porque él, desde su privilegio militar, supo encontrarse con el pueblo, supo subir hasta su pueblo, rompiendo todas las cadenas de su casta. Yo, en cambio, nací en el pueblo y sufrí en el pueblo. Tengo carne y alma y sangre del pueblo. Yo no podía hacer otra cosa que entregarme a mi pueblo. Si muriese antes que Perón, quisiera que esta voluntad mía, la última y definitiva de mi vida sea leída en acto público en la Plaza de Mayo, en la Plaza del 17 de Octubre, ante mis queridos descamisados. Quiero que sepan, en ese momento, que lo quise y que lo quiero a Perón con toda mi alma y que Perón es mi sol y mi cielo. Dios no me permitirá que mienta si yo repito en este momento una vez más, como León Bloy que "no concibo el cielo sin Perón". Pido a todos los obreros, a todos los humildes, a todos los descamisados, a todas las mujeres, a todos los pibes y a todos los ancianos de mi Patria que lo cuiden y lo acompañen a Perón como si fuese yo misma. Quiero que todos mis bienes queden a disposición de Perón como representante soberano y único del pueblo. Deseo que todos mis bienes, que considero en gran parte patrimonio del pueblo y del movimiento peronista que es del pueblo; y que todo lo que dé La Razón de mi Vida y Mi Mensaje sean considerados como propiedad absoluta de Perón y del pueblo argentino. Mientras viva Perón él podrá hacer lo que quiera de todos mis bienes: venderlos, regalarlos e incluso quemarlos si quisiera, porque todo en mi vida le pertenece, todo es de él, empezando por mi propia vida que yo le entregué por amor y para siempre, de una manera absoluta. Pero después de Perón, el único heredero de mis bienes debe ser el pueblo y pido a los trabajadores y a las mujeres de mi pueblo que exijan, por cualquier medio, el cumplimiento inexorable de esta voluntad suprema de mí corazón que tanto los quiso. Todos los bienes que he mencionado y aún los que hubiese omitido deberán servir al pueblo, de una o de otra manera. El dinero de La Razón de mi Vida y de Mi Mensaje lo mismo que la venta o el producido de mis propiedades deberá ser destinado a mis descamisados. Quisiera que se constituya con todos esos bienes un fondo permanente de ayuda social para los casos de desgracias colectivas que afecten a los pobres y quisiera que ellos lo aceptasen como una prueba más de mi cariño. Deseo que en estos casos, por ejemplo, se entregase a cada familia un subsidio equivalente a los sueldos y salarios de un año, por lo menos. También deseo que, con ese fondo permanente de Evita, se instituyan becas para que estudien hijos de los trabajadores y sean así los defensores de la doctrina de Perón por cuya causa gustosa daría mi vida. Mis joyas no me pertenecen. La mayor parte fueron regalos de mi pueblo. Pero aún las que recibí de mis amigos o de países extranjeros, o del General, quiero que vuelvan al pueblo. No quiero que caigan jamás en manos de la oligarquía y por eso deseo que constituyan, en el museo del Peronismo, un valor permanente que sólo podrá ser utilizado en beneficio directo del pueblo. Que así como el oro respalda la moneda de algunos países, mis joyas sean el respaldo de un crédito permanente que abrirán los bancos del país en beneficio del pueblo, a fin de que se construyan viviendas para los trabajadores de mi Patria. Desearía también que los pobres, los ancianos, los niños, mis descamisados sigan escribiéndome como lo hacen en estos tiempos de mi vida y que el monumento que quiso levantar para mí el Congreso de mi Pueblo recoja las esperanzas de todos y las convierta en realidad por medio de mi Fundación; que quiera siempre pura como la concebí para mis descamisados. Así yo me sentiré siempre cerca de mi pueblo y seguiré siendo el puente de amor tendido entre los descamisados y Perón. Por fin quiero que todos sepan que si he cometido errores los he cometido por amor y espero que Dios que ha visto siempre mi corazón, me juzgue, no por mis errores, ni mis defectos, ni mis culpas que fueron muchas, sino por el amor que consume mi vida. Mis últimas palabras son las mismas del principio: quiero vivir eternamente con Perón y con mi Pueblo. Dios me perdonará que yo prefiera quedarme con ellos porque él también está con los humildes y yo siempre he visto en cada descamisado un poco de Dios que me pedía un poco de amor que nunca le negué. fuente: www.elhistoriador.com.ar |
Los debates al interior del Congreso de Tucumán - julio de 1816 |
El 9 de julio de 1816 el Congreso de Tucumán declaró la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Pero la cuestión de la emancipación no era lo único a debatirse. Durante las sesiones que se celebraron ese año, se suscitó un intenso debate respecto a la forma de gobierno que adoptarían las Provincias Unidas. A continuación transcribimos un fragmento del libro Historia Argentina, de José María Rosa, en donde el autor rescata esta polémica, y las diferentes posturas de los protagonistas de aquellas jornadas. |
Fuente: José María Rosa, Historia Argentina, Tomo III, “La Independencia (1812 – 1826)”, Buenos Aires, Editorial Oriente S. A., 1992, pág. 168- 171. |
El 26 de mayo el Congreso de Tucumán aprobaba el “plan” o nota de materias que deberían tratar en sus sesiones, elaborado por Gascón, Bustamante y Serrano. (…) El 3 de julio… (el Congreso) se dispuso entrar a tratar la independencia… (…) Solamente los diputados de Tucumán y Jujuy tenían instrucciones de hacerlo. Pero Belgrano había llegado a Tucumán con la noticia de que Inglaterra se desinteresaba de la causa de América, y por lo tanto sus consejos no tenían el valor que tuvieron los de Strangford cuando apoyaba, por lo menos de palabra, a la Revolución del Río de la Plata. San Martín era otro campeón de la independencia; por esa causa se había separado de Alvear y alejado de la logia. Güemes también la sostenía. En cuanto a las provincias de la liga de Artigas, entendían –como lo escribía Artigas a Pueyrredón el 24 de julio- que “hace más de un año enarboló su estandarte tricolor y juró independencia absoluta y respectiva” (en el Congreso de Oriente, que debió ocurrir el primer día de sus sesiones el 29 de junio de 1815. Los diputados cedieron a la presión de Belgrano, San Martín, Güemes y Artigas… Modificación del acta, y juramento (19 de julio). " ... Libres de los reyes de España y su metrópoli", podía permitir anexarse como colonia a Inglaterra como lo quiso Alvear en 1815, o a Portugal como habría de proyectarse en breve. Medrano pidió sesión secreta el 19 de julio y exigió que en la fórmula del juramento a tomarse al ejército se agregase “... y de toda otra dominación extranjera", variándose de paso el acta pues "de este modo se sofocaría el rumor esparcido por ciertos hombres malignos de que el director del Estado, el general Belgrano y aun algunos individuos del Soberano Congreso alimentaban ideas de entregar el país a los portugue-ses". Naturalmente fue acordado, aunque tal vez a regañadientes. La cuestión de forma de gobierno (julio). El 6 de julio había sido recibido Belgrano, en sesión secreta, para informar del estado de Europa y las posibilidades de la guerra contra España. Sus palabras precipitaron la declaración de la independencia. Dijo: 1) que si la Revolución había merecido en un principio simpatías de las naciones europeas "por su marcha majestuosa", en el día y debido a "su declinación en el desorden y la anarquía... sólo podíamos contar con nuestras propias fuerzas"; 2) que las ideas republicanas ya no tenían predicamento en Europa y ahora "se trataba de monarquizarlo todo", siendo preferida la forma monárquica-constitucional a la manera inglesa; 3) que la forma de gobierno conveniente al país era, por eso, la monarquía "temperada" llamando a la dinastía de los Incas "por la justicia que envuelve la restitución de esta Casa tan inicuamente despojada del trono", el entusiasmo general se despertaría en los habitantes del interior, y podía "evitarse así una sangrienta revolución en lo sucesivo"; 4) que España estaba débil por la larga guerra contra Napoleón y "las discordias que la devoraban', pero con todo "tenía más poder que nosotros y debíamos poner todo conato en robustecer el ejército"; que Inglaterra no ayudaría a España a subyugarnos, "siempre que de nuestra parte cesasen los desórdenes"; 5) que la llegada de tropas a Brasil no tenía miras ofensivas contra nosotros, y sólo "precaver la infección (del artiguismo) en el territorio del Brasil"; que el carácter del príncipe don Juan era pacífico y "enemigo de conquistas", y estas provincias no debían temer movimiento de aquellas fuerzas. Las palabras de Belgrano encontraron eco cuatro días después en la declaración de la independencia, ya que debíamos hallarnos "librados a nuestras propias fuerzas". Y en el debate sobre forma de gobierno que empezaría en la sesión del 12, donde la gran mayoría -y después la unanimidad menos Godoy Cruz- estaría por la forma monárquica con un descendiente de los Incas. El origen de ese debate sobre forma de gobierno, antes de una discusión constitucional, es notable. El presidente, aprobada en la sesión del 12 el acta de la independencia (que sería modificada el 19), propuso se estableciese el sello del Congreso; Bustamante observó que debería esperarse a la forma de gobierno, pues de ella dependerían las armas y timbres que lo adornarían; Acevedo empezó a tratar el tema inclinándose por "la monarquía temperada en la dinastía de los Incas" con capital en el Cuzco. Fue apoyado por otros oradores que no nombra el acta. El debate seguiría el 15. Oro dijo que sería conveniente consultar antes la voluntad de las provincias, y si el debate seguía "precediéndose sin aquel requisito a adoptar el sistema monárquico constitucional a que veía inclinados los votos de los representantes, se le permitiese retirarse del Congreso". Fray justo faltó a las siguientes sesiones, comunicando el 20 por boca de Laprida que "el no asistir a las discusiones acerca de la forma de gobierno era porque las consideraba extemporáneas y por la necesidad de consultar antes a su Pueblo, pero que lo haría si el Soberano Congreso se lo ordenase" dándole un documento para satisfacer a San Juan que no le había dado instrucciones a ese respecto. Aceptado, Oro volvió a las sesiones. No es que fuera republicano, como ha recogido la leyenda, sino meticuloso de sus poderes. En las sesiones secretas del 4 de setiembre, donde se votó la forma de gobierno, aprobó la monarquía constitucional - y algo más también - con el solo agregado de "que esto podrá hacerse cuando el país esté en perfecta seguridad y tranquilidad". El 19 siguió el debate: Serrano analizó las ventajas de un gobierno "federal" (por decir republicano) "que hubiera deseado para estas Provincias", pero ahora "por la necesidad del orden y la unión, rápida ejecución de las providencias y otras consideraciones" se inclinaba a la monarquía temperada; Acevedo renovó que se adoptase la monarquía del Inca, adherida por Pacheco. El 31 Castro se adhirió a la monarquía constitucional con el Inca; lo mismo hicieron Rivera, Sánchez de Lorca y Pacheco, y considerando este último suficientemente discutida la materia pidió votación. Acepta Acevedo siempre que se vote el agregado de que el Cuzco sería la capital del nuevo reino; opónese a esto último Gascón, que quería mantener la capital en Buenos Aires. No se votó por entender que si había pronunciamiento general en favor de la monarquía temperada, no era lo mismo en cuanto a la dinastía del Inca y a la capital en el Cuzco. El 5 de agosto Thames, que preside, se manifiesta en favor del Inca; Godoy Cruz se expresa en favor de la monarquía pero no acepta al Inca, arrastrando a Castro, que rectifica su voto en favor del Inca dado anteriormente; Aráoz cree que debe tratarse primeramente la forma de gobierno y después establecerse la dinastía; Serrano también se pronuncia en contra del Inca y es rebatido por Sánchez de Lorca y Malabia, sostenedores del monarca indígena. El 6 de agosto, Anchorena pronunció el único discurso en favor del republicanismo del debate (que rectificaría al votar), diciendo que la forma monárquica convenía a los países aristocráticos de la zona montañosa de América, pero no sería aceptada en la llanura, de hábitos más populares. Creía que la sola manera de conciliar tipos tan opuestos era "la federación de provincias". ¿Quién sería el descendiente del Inca que se proponía para rey de América del Sur? ... En las burlas de los periodistas de Buenos Aires, se dijo que al rey patas sucias habría que buscarlo en alguna pulpería o taberna del altiplano. Pero no era cierto que los partidarios de la coronación de un Inca no tuvieron en cuenta quién sería el candidato: Tupac-Amaru tenía un hermano, ya casi octogenario, preso en los calabozos de Cádiz, y parientes en su confinamiento de Tinta. En uno u otros pensaban los diputados de Tucumán. Debe comprenderse que por el estado de las ideas en Europa, la forma monárquica parecía ser la conveniente para conseguir que se reconociese la independencia. Y antes que un príncipe español, o portugués, o francés, o inglés, era más patriótico coronar uno nativo de América. El principio de la legitimidad era agitado por la Santa Alianza, ¿y qué monarca más legítimo en América del Sur que el descendiente de sus antiguos reyes? El proyecto no era tan descaminado, y debe reconocerse que la capital en el Cuzco como quería el catamarqueño Acevedo significaba la unidad de América del Sur. fuente: www.elhistoriador.com.ar |